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MYNAMEISOREO
Hi, I am a little cookie and I like to write. You may found information describing me as a Hobbit, but this is just partially true. I am trying to achieve a goal, this is the first step of my dangerous journey. Feel free to read and comment, I will not bite you. Seriously, I do not like human flesh.
Music

Should I mention my favorite bands or something? Well then!
I like stuff, there you go
(ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚✧

from what I want
domingo, 14 de agosto de 2016

Crujidos en uno de los costados y los estampidos fuertes de los zapatos hundiéndose en los colchones de hojas secas que se formaban a lo largo del bosque. El verde musgo de los troncos de los árboles, el aroma a naturaleza y sudor dulce de un cuerpo que se desplazaba por entre obstáculos coníferos, guiaban la carrera desesperante. El corazón le latía en los oídos y lo sentía golpetear contra su pecho, queriendo escapar y llevar todo a su paso; la boca le sabía metálica y la garganta comenzaba a cerrarse con el paso de los segundos. Tendría que detenerse en algún momento, así que miró atrás, atemorizado por lo que podría encontrar allí, por lo que sabía que estaba tras él en ese universo infinito de colores tierra. El movimiento ascendente y descendente que hacía su cuerpo mientras corría le daba una visión borrosa, pero un atisbo lo suficientemente claro de que la figura se había desvanecido, la había perdido en algún tramo del bosque y ahora, tras los 10 minutos más largos de su vida, podía sentarse a descansar al menos por un momento.

Se detuvo junto a un roble ancestral, tan grueso y alto que se necesitarían varios hombres para rodearlo. Apoyó su espalda contra el árbol y se dejó caer lentamente hasta tocar las hojas húmedas y espantar algún insecto que corrió (o voló) para salvar su vida. Sus pulmones estaban ardiendo y jadeaba tan alto que se tuvo que decir a sí mismo que calmarse era lo mejor, a menos si quería abandonar ese lugar con vida. Cerró los ojos un momento, solo lo suficiente para que un recuerdo fugaz de cómo había llegado allí volviera a su cabeza.

Estaba con sus amigos, cada uno con una cerveza en mano. Todos reían y bromeaban, desafiaban a los demás para hacer las cosas más estúpidas, era una reunión de universitarios comunes, en busca de aquella chispa que los mantuviese vivos para poder terminar el semestre. Las ruedas de las patinetas rugían contra el asfalto tibio tras un día soleado, pero el gigante de fuego ya se ocultaba tras las colinas y despedía el día. Sin darse cuenta, habían llegado a la entrada de ese terreno protegido, donde un gran cartel de madera con las palabras “no pasar, propiedad privada” daba la bienvenida a lo desconocido. Entonces alguien vino con la idea, desafiante y aventurera como la juventud misma, de que el más valiente se adentrara a esa tierra, donde lo urbano terminaba para que se alzase la naturaleza y entre árboles se formara un Triángulo de las Bermudas donde, según contaba la leyenda, ya habían desaparecido un par de personas. Había algo en las profundidades, entre los robles y los pinos, las aves y los hongos, que te capturaba y jamás volvían a verte.
“Te jactas de ser el más fuerte, ¿por qué no entras y lo demuestras?”, le habían dicho, provocando su reacción impulsiva.
El error fue hacerle caso a esos cabezas huecas y adentrarse al bosque tras haber vaciado la botella de cerveza de un sorbo. Las chicas gritaron en emoción y los demás exclamaron para brindarle ánimo para la carrera. Él levantó la cadena y se metió dentro, sin saber que apenas esa protección de hierro bajara, su destino había sido sellado. Con los brazos en alto, en señal de triunfo, se perdió tras las primeras ramas.
Apenas se había adentrado unos 200 metros cuando escuchó el primer gruñido, bajo y femenino. Vio algo moverse entre la escasa luz que aún teñía de naranja la copa de los árboles y él se giró para buscar aquello que acechaba; no encontró nada, pero el gruñido se mantenía presente, cada vez más cerca. Entonces la vio, estaba seguro que era una chica, si su ropa y largo cabello rubio era algo para guiarse, aunque algo estaba definitivamente mal en ella. La forma en la que se movía, los gruñidos y sus ojos de un color brillante que no eran similar a nada humano. Con unos rayos suaves de luz, la boca de la criatura quedó a la vista. Corridas largas de dientes blancos brillaron y le dieron la señal de huir, correr lo más rápido que sus piernas le permitieran.

Así había llegado al momento actual, en el que había perdido el rumbo y volvía a abrir los ojos para ayudarse a buscar una solución, alguna salida de aquél laberinto forestal. Las piernas le temblaban por el sobre esfuerzo, pero entre las sombras que ahora se alargaban, vio el final de un camino, la luz naranja de una luminaria urbana le dio la bienvenida y él no podía estar más feliz por eso: solo debía seguir la luz y estaría fuera de ese infierno.

Se puso de pie, rellenó los pulmones con aire, con todo el que pudo, y comenzó a trotar una vez más, con la cabeza mirando hacia atrás, hacia donde había estado su persecutora momentos antes. No había nadie, ni siquiera aves o algún animalillo salvaje en busca de su presa nocturna; no se escuchaba el crujir de ninguna rama, había una quietud tenebrosa. El ritmo de su corazón era lo único que resonaba en las profundidades y que se hacía más rápido, cada vez más rápido, hasta que fue un incesante golpeteo que inundó el lugar.
Justo delante de su puerta escape, fundida entre una humareda roja, estaba la chica. Ella sonrió su infernal sonrisa de miles de cuchillas, sus ojos brillaron de un amarillo sobrenatural y con la mano elevada, marcó uno, dos y tres.


El bosque durmió en un alboroto furioso y festivo, pues la bestia y dueña de los senderos había clamado una nueva víctima.

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15:47

jueves, 16 de abril de 2015

Y te enamoraste.
Ni siquiera sabias lo que era el amor y te enamoraste.

Desnudaste tu alma, decidiste que era la persona indicada y le entregaste tu corazón. Apenas sabía que existías, pero tú sí. Tú lo viste, tú lo seguiste con la mirada mientras se alejaba por el pasillo y se adentraba con fuerza en tu vida; él era una tempestad y tu querías mojarte. Él era viento y tú querías huracanes. Él era todo lo que tú querías y no podías tener. Eso era lo impresionante respecto a su persona, ¿verdad? Verdad.

Así que lo viste todos los días a partir de ese primer encuentro. Seguiste sus pasos como una pequeña criatura al acecho, creando una situación de la que no sería fácil salirte, pero tú no te enterabas de nada de eso aún. Sabías su horario, sabías dónde estaría cuando el timbre del fin de clase estallara estrepitosamente en la escuela. Las ventanas vibraban con la misma alegría que tus manos al tomar la correa del bolso para echarte a correr escaleras abajo, para encontrar un momento en que chocar con él no pareciera intencional y así poder sonreír y disfrutar de ese calor, ese pequeño roce que sería lo más cercano a conocerlo que tendrías.


No te esperabas que ese día llegara, ¿cierto? Ese día en que estabas con calma esperando a una amiga, hablando de cosas triviales como las de siempre y escuchaste una voz detrás tuyo. Te giraste y ahí habían unas personas, nada emocionante, hasta que los cuerpos se movieron y revelaron una figura que te hizo temblar de pies a cabeza. Sentiste, tal vez, como las rodillas te temblaban, como tu garganta se cerraba y el mutismo nervioso se hacía presente como cada vez que tu cabeza hacía un cortocircuito y no podías pensar. Y te dijeron su nombre, tu sonrisa era una mala copia de algo que habría sido humano en un cuadro renacentista, pero él te miró con esa expresión impertérrita que tanto te gustaba y que fue mejor que miles de sonrisas para ti. Ese era, sin duda, el mejor día de tu vida y solo estabas esperando que se alejaran para poder despedirte de tu amiga y correr por los pasillos con el rostro envuelto en llamas para ocultar en los cubículos del baño tu emoción. Nadie se enteraría de esa forma, nadie tenía que enterarse.


Los días pasaron y tú lo mirabas desde la misma distancia ridícula que habías planteado mentalmente como una barrera entre tu natural torpeza y su genialidad. Querías volver a verlo de cerca, a memorizar cada una de sus pequeñas y perfectas imperfecciones, tener material para escribir sonetos con su nombre o los poemas más hermosos en tu club de lectura de una persona: tú.
Pero él seguía, caminaba como si nada, como si fuera dueño de cada rincón, de cada aula, de cada pequeño recoveco en el que cupiera.

No supiste cómo, pero un día estabas afuera de su salón con las manos apretadas contra la tela del pullover, mirando con inseguridad como sus compañeros entraban y salían del lugar. Tenías el estómago hecho un nudo y los ojos abiertos con miedo. Entonces salió uno de sus amigos, te miró y se acercó, le gritaste la pregunta sin quererlo, haciéndolo reír; pero entonces él vino, su cara de póquer tan bien puesta como siempre y te miró de arriba a abajo, como si te viera por primera vez. Pero sonrió pequeño, casi invisible, mientras tu corazón daba vueltas alocadamente en tu pecho. Te preguntó qué ocurría, le dijiste que necesitabas de su ayuda, porque sabías que era el único que podría responderte aquello. Él te miró nuevamente y asintió, se dio la vuelta y extrajo un papel y un lápiz de entre sus cosas para entregarte su número, te dijo que lo llamaras esa noche. Asentiste y esperaste a que volviera a su lugar de siempre y corriste de vuelta a tu salón con la sonrisa más estúpida que alguien te hubiese visto alguna vez. Guardaste ese papel como si fuera un tesoro.

Pudiste inventar una historia creíble, le dijiste que eso nunca te había pasado, que nunca te habías enamorado y esperaste que te diera su opinión. Él tenía experiencia en eso o era lo que los rumores decían; nada venía desde su lado del auricular, nada de nada. Mordiste tu labio inferior en espera de que las palabras te golpearan, pero realmente solo tenías una respiración que duró por un minuto, tal vez más, el tiempo es subjetivo a los ojos de los desesperados como tú. Finalmente te dijo que tuvieses calma y mucha suerte, y podrías jurar que su voz sonaba extraña, pero no era como si volcara mucha emoción en sus palabras o lo hubieses escuchado hablar en más de una ocasión. Asentiste, le diste las gracias y cortaste la llamada; te fuiste a la cama esa noche con la idea de que lo habías perdido para siempre.


Lo querías hacer real, debías tener respaldo para tus palabras. Así que lo buscaste, a tu pequeña víctima; lo encontraste en un chico que siempre había estado allí, que había sido tu mejor amigo. Pero el amor lo podía todo, no importaba que hicieras daño a alguien en el camino. Le pediste que te ayudara porque sabías que él haría todo por ti, lo atrajiste a ti sabiendo que diría que sí y le ofreciste un trato. Le dijiste las palabras más dulces al oído, lo arrastraste contigo a las profundidades de un sitio del que jamás podría salir, pero por ti estaba bien en ese momento. Lo besaste, le prometiste un futuro que jamás llegaría y fuiste llenando los vacíos que tu historia tenía; no contabas con que tuvieran público, con que un día los vieran juntos cuando se acaloraban en el baño.
La voz se corrió rápido, se dijo de todo de ustedes dos, pero ahora tenías una razón para correr hacia él, para que supiera que tenías un problema y te ayudara, para hacerle entender que tenías experiencia, que no eras "nadie".

Funcionó, él respondió a todas tus preguntas, a todas tus llamadas. Te veía en la escuela, te escuchaba suspirar, era un hombro en el que podías llorar por todo el horror que estaba ocurriendo. Tu amigo, en cambio, comenzó a ser cada vez más callado, más reticente a tu toque y no sabías por qué; tal vez había descubierto que pensabas en él cada vez que sus labios se unían, que estuviste a punto de murmurar su nombre tantas veces que ahora te costaba reconocer cuál era cuál. Pero era imposible, ¿o no? Que supiera. Te dijiste que era una tontería y seguiste con el plan.
Un día tu amigo llegó con una bandita en cada muñeca e hizo de todo para que no lo notaras, como si realmente subestimara tu inteligencia. Pero le tomaste del brazo y le pediste explicaciones, le gritaste que qué significaba eso; él bajó la mirada, los ojos tristes y movió la cabeza, ni siquiera se dignó a responderte y se soltó, caminó hacia un costado y no te habló por el resto de la clase. Tú volviste a tu puesto y golpeaste el cuaderno con el lápiz un par de veces, no pudiendo contener la sonrisa que se formaba en tu rostro al tener algo tan terrible que contarle a él. "Mi pareja se intentó suicidar, ¿qué hago?" y llorar, que te abrazara, robar esos momentos de cariño que no tendrías de otra forma. Porque te enamoraste y nada más importaba.


Él estaba sentado a tu lado, en su recamara, cuando le contaste todo y te miró con esos ojos para cuyo color no tenías aún nombre. Ninguno dijo nada cuando una de sus manos subió hasta tu rostro y dejó que dibujara la silueta del mismo con esos dedos largos y cálidos; ninguno dijo nada cuando la distancia que los separaba ya era casi nula y podías sentir su respiración chocando contra tus mejillas con ese aroma a canela y dulces; ninguno dijo nada, porque sus bocas estaban ocupadas en otra cosa, labios chocando como si fuese una batalla de titanes que necesitaban salir de su encierro, con la desesperación que únicamente el tiempo y el secreto guardan. Fue el mejor momento de tu vida.
Mientras tanto, tu amigo se sentaba en la solitaria habitación en la que dormía, una botella blanca en su mano y un pensamiento atorado en su mente.

Nunca le preguntaste qué sintió cuando llamaron a sus padres para decirle que su hijo no podía seguir en la escuela porque era un mal ejemplo para los más pequeños, nunca le preguntaste por qué ya no habían colaciones ni almuerzos. Nunca se te ocurrió siquiera llamarle para saber si estaba todo bien con sus padres, por lo que nunca supiste que habían dejado de hablarle, que no lo miraban, que no lo tocaban por sentir asco. Nunca supiste que estaba yendo diario a un loquero para que le quitaran esa enfermedad, para sanarlo de la homosexualidad que tú le indujiste. Jamás supiste que necesitaba de pastillas para poder cerrar los ojos, porque cada vez que lo hacía, tú eras lo único que podía ver, lo único en lo que pensaba día y noche, y le dolía que ni siquiera le sonrieras.


Él siguió besándote hasta que los labios le quedaron rojos y suaves, tus mejillas color sangre brillaban con la tenue luz de la lámpara de mesa. Recibiste una llamada en ese momento, el teléfono no dejaba de vibrar y el nombre de tu amigo apareció en la pantalla; lo tomaste, miraste quién era y solo le diste a silenciar. Él te preguntó quién había sido; "nadie importante", le respondiste y cuando la vibración se detuvo, se quedó más tranquilo. Pero volvió a llamar una vez más y no hiciste nada, lo ignoraste, preferiste ahogar el ruido de la desesperación en los suspiros que esas manos arrancaban de ti.


Tu amigo dejó el teléfono de lado y sus ojos se cerraron con fuerza mientras las lágrimas le surcaban las mejillas con el dolor que solo la traición causa. El frasco blanco estaba en sus manos, las píldoras en su interior hacían un sonido de maracas debido a los temblores. Fue al baño y miro su rostro por última vez, llenó un vaso con agua y abrió la boca, volcando todo el contenido del frasco en ella. Los ojos le lloraban con más fuerza por las arcadas que le causó la cantidad de pastillas que querían deslizarse de una vez por su garganta. Bebió el agua como pudo y tragó, tragó, tragó.
Cayó al suelo unos momentos después y se golpeó la cabeza contra el lavabo antes de azotarla en las baldosas del frío del baño, alertando a sus padres que subieron corriendo las escaleras.


Él te dijo adiós y te besó una última vez antes de que salieras de la casa. Tu sonrisa era tan amplia que te dolían las mejillas y tenías el cuerpo relajado, habías renacido bajo los besos y caricias que te habían sido dados unos momentos antes. Miraste al cielo, las estrellas te observaban y titilaban juguetonas, cómplices de lo ocurrido. La luna, por otro lado, menguaba de dolor y su sonrisa torcida te hizo recordar que tenías llamadas. Tomaste tu teléfono del bolsillo y revisaste: 10 llamadas perdidas y 5 mensajes de texto, todas de parte de tu amigo.
Comenzaste a leer y tu rostro fue cambiando a una mueca de terror. Te dijo adiós en el último. Sujetaste con fuerza el bolso antes de echarte a correr por las calles que eran iluminadas sólo por los faroles y los astros.
Llegaste al hospital tras coger un bus y tenías la respiración agitada, los ojos desorbitados en desesperación. Entraste a urgencias sin saber realmente si estaría ahí, pero viste a su madre de pie, dándote la espalda, el rostro hundido entre las manos que le temblaban al ritmo del llanto. Le tocaste la espalda y esperaste a que se diera vuelta a mirarte, le preguntaste cómo estaba tu amigo y cuando por fin te miró, sus ojos estaban inyectados en sangre y sus lágrimas se confundían con la mucosidad que ni siquiera se dio el tiempo de limpiar.

Te dio una bofetada de aquellas y te dijo que te largaras, sus gritos le desgarraban la garganta y el corazón se te hacía más pequeño por el dolor. Te grito una, mil veces que había sido tu culpa, que tú le quitaste lo que era más preciado para ella, que tú le robaste a su hijo. Su padre apareció al doblar el pasillo y no tardó ni dos segundos en tener odio escrito en sus facciones; se acercó a ti con su puño ya en alto y solo corriste, resbalaste en el proceso, no sabías si por torpeza o porque tus propias lágrimas te estaban jugando una mala pasada. Eso no podía estar pasando, no podía haber sido por ti.


No querías volver a casa, porque allí te golpearía la realidad, así que volviste donde él. Experimentaste una ataque de ansiedad o dos, tal vez un ataque de histeria o algo similar. La gente en el bus nunca te habló, nunca siquiera se dio cuenta que existías mientras tú te desplomabas con lentitud, te hacías pedazos. Tocaste su puerta y los hombros los tenías tan tensos que apenas podías bajar los brazos. Él abrió y te saludó con ojos mustios y húmedos.
"¿CÓMO PUDISTE?" te gritó antes de que notaras que habían también caminos salinos en sus mejillas. Te lanzó su teléfono en la cara, no le importó que te golpeara la nariz y ahora sangraras, antes de azotar la puerta tras decirte que no quería verte nunca más. En el teléfono brillaba un mensaje de parte de tu amigo, uno que lo culpaba a él por haberte robado, a pesar de que él siempre supo que no le pertenecías; le decía que se iba a salir del camino porque esa era tu felicidad, que de todas formas tú ya no lo querías y que todo era una mentira, su relación era una mentira, era todo parte de un plan cuidadosamente construido por ti.


Dejaste el teléfono en la puerta y arrastraste los pies de vuelta a casa, no tomaste ni siquiera un bus. Esperabas que llegando a casa todo fuera diferente, que todo fuera un mal sueño. Esperabas despertar. Pero no. Cuando entraste, la primera en recibirte en lágrimas y decepción fue tu madre, quien te dio una nueva bofetada que sacudió tu mundo; ella nunca te había golpeado antes. Tu padre ni siquiera hizo el esfuerzo de mirarte, tu hermana dijo que le repugnabas y te golpeó con el hombro mientras se secaba la cara también. Todos en la casa conocían a tu amigo y sabían que no lo volverían a verlo jamás, todo por tu culpa.


Subiste a tu cuarto, arrojaste el bolso al suelo y dejaste correr el agua en la tina que tenías en el baño de junto. No te quitaste los zapatos, tampoco la ropa, solo cerraste con llave, llenaste la bañera, haciendo todo como en cámara lenta. Lo llamaste a él y le dejaste un mensaje en el buzón de voz diciendo que todo había sido por amor, que lo extrañarías y que era la despedida. Dejaste que el aparato eléctrico cayera en el agua y pronto la pantalla táctil dejó de funcionar, pero no importaba ya. La secadora de cabello de tu hermana siempre estaba en el mismo lugar, solo tenías que conectarla. Te sentaste en la tina, el agua fría erizaba cada uno de los vellos de tu cuerpo, pero no lo sentías, no sentiste nada desde que leíste los mensajes de tu amigo, su adiós.
Conectaste la máquina a un lado tuyo en la tina mientras el agua salía a borbotones, cerraste los ojos y llenaste tus pulmones por última vez antes de que las chispas fuesen fuegos artificiales que se hicieron parte de ti. Tu cuerpo saltaba dentro y se despedía rápidamente de la vida. Tu nariz se llenó de líquido y aroma a carne quemada.

Hubo un corte de energía debido a tu atentado y las luces se apagaron en toda la villa, igual que para ti. La diferencia es que la compañía de luz podría venir y reparar todo, pero desde el día en que lo viste a él, tú ya no tuviste más arreglo.

Porque te enamoraste. 
Porque ni siquiera sabias lo que era el amor y te enamoraste.

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20:15

viernes, 1 de agosto de 2014

Al igual que las anteriores, sigue la misma línea. No quería que Sergi sufriera tanto, me caía bien. Pero, oh well, nunca es tarde para hacer "what if?" si la culpa es demasiada.

Tercera actividad sugerida: descripción de un lugar cerrado. (¿Descripción?)


Era un miércoles por la mañana cuando Sergi despertó sintiéndose extraño. No necesitaba mirar por la ventana, a la tumultuosa multitud, para saber qué era lo que estaba ocurriéndole. El sudor frío que se deslizaba por el costado de su rostro era la prueba más clara de que el fin había comenzado para él y sólo lo comprobó al acercarse a la puerta e intentar abrir. Estaba encerrado, tal como le habían avisado el día anterior a enviar la carta a su natal España, poniendo bajo aviso a su hermano, madre y novia de lo que estaba ocurriendo.
A gritos deseó que hubiesen podido escapar, a pesar de que cuando cerraba los ojos, la voz de la envidia invadía su cabeza y terminaba por corroerle al recordar que él no podría ver la luz del día de nuevo. La epidemia se había expandido por toda Nueva Delhi, y otra vez deseó haber escogido Canadá como el lugar para su pasantía. Canadá lucía muchísimo más seguro bajo los focos de la desesperación que comenzaba a reptar por sus brazos como si fuera una asquerosa plaga.

Sergi no comió nada esa mañana por temor a hacer más longeva su existencia. No hubo almuerzo, ni merienda, tampoco cena. No hubo comida para él durante dos días y en esos dos días el sudor se hizo más intenso, la sensación de estar ardiendo desde dentro le carcomía y le quitaba lentamente la razón. No había tenido contacto con ningún infectado, al menos no directo; bastó respirar el aire de una misma habitación, a pesar de éste estar siendo filtrado, para que en sus pulmones se albergara la semilla del mal que se gestaba en la ciudad. Su piel blanca ya comenzaba a tornarse verduzca, aunque a ratos creía que simplemente era su mente jugándole trucos desagradables, recordándole que iba a podrirse allí al igual que todos sus compañeros de reclusión.
Fue la noche del tercer día luego del encierro cuando Sergi descubrió que ahí, en su apartamento, había alguien más. No estaba seguro de dónde, ni tampoco cuándo aparecía, cuándo emergía a la superficie en busca de aire. Lo único que tenía claro es que se colaba en las paredes arrugadas por el tiempo y el calor, y que por dichos pliegues se esparcía su voz lúgubre. “No tienes escapatoria” le recordaba, hundiendo profundo el dedo en la purulenta herida. “Vas a morir solo, Sergi” le decía a una hora diferente, cuando el sol se derramaba sobre la ventana. “Nadie vendrá a rescatarte, sólo somos tú y yo ahora” sentenciaba para cuando había terminado otro día.
Sergi evitó la sala y la voz que allí habitaba por otro par de días, en los que utilizó la comida para ignorar los susurros que se transformaban en aullidos feroces. Comió hasta que no hubo más en su cabeza que la culpa de ser débil y haber sucumbido. Rompió su ayuno por huir y, sin embargo, la voz apareció en su habitación, luego en la cocina y el baño. Comenzó a seguirlo a donde iba, despertaba en él un latido errático.

Fue el sexto día cuando la fatiga muscular le había dejado tendido en el pasillo que lo guiaba a la sala. No podía moverse, eran sólo sus ojos los que recorrían el techo como pidiendo ayuda, aunque sabía que nadie iría a rescatarlo. Balbuceaba palabras de auxilio que jamás serían escuchadas y el llanto llegó abrupto cuando desde la pared a su derecha, apareció una mano silenciosa. Intentaba acercarse, alcanzarlo, llevárselo consigo; pero Sergi luchaba, sí que luchaba, y pudo mover sus dedos para que tocaran el suelo y alertaran al vecino. ¡Muy bien, Sergi! Ahora, si tan solo tuviese un poco más de fuerza.
Estaba ahogado entre lágrimas y mucosidad, y la mano seguía aproximándose. Luego otra, luego cientos. Fue ahí cuando descubrió que era su casa, su propia casa quien le había estado cazando los días anteriores. Era su casa, mas no su hogar, la que planeaba terminar con todo lo que él era: ahí, en ese instante. Lo estaba hundiendo en la oscuridad, aunque fuese medio día; lo había capturado y jamás lo dejaría ir. Quiso gritar, tenía miedo. Prefería estar en la calle, siendo devorado por los otros como él. Prefería estar en la calle, en la calle o en cualquier sitio que no tuviese cuatro amenazadoras paredes. Odiaba el claustro. Ahora odiaba los lugares cerrados.

La fiebre de Sergi subió día tras día, y no pudo levantarse del suelo hasta que ésta le había arrebatado cada pequeño pedazo de cordura. Sacó sus brazos por la ventana, siendo los barrotes lo único que le mantenía a raya y dejó que su boca soltara gritos inhumanos mientras luchaba por excarcelación. Sus ojos estaban desorbitados y en su cuerpo ya se notaban las muestras de necrosis que se irían albergando en zonas más amplias. Y el hambre, tanta, tanta hambre. Podría incluso comer de su propia piel. Entonces entendió a las criaturas que vagaban por las calles. No era simplemente el hambre, sino las manos invisibles que les daban caza y los hacían temer. Necesitaban sobrevivir y el aire libre era lo que los mantenía a salvo, también lo que les proveía alimento.


Sergi había cumplido con avisar a su familia, esperando que fueran ellos quienes tuviesen la suerte de no acabar así, siendo esclavos de instintos que no eran normales, deseando carne humana más que libertad. También había oído lo que era la claustrofobia, pero jamás pensó estar experimentando tan horrible sensación de consciencia e inconsciencia a la vez. Jamás pensó que comprendería a esos monstruos, ex ciudadanos, ex empresarios y amas de casa; ex profesores y arquitectos. Jamás pensó que él también sería víctima de la maldita infección que transformaba sus mentes en la peor de las prisiones.

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15:10

martes, 27 de mayo de 2014

Esto sigue la misma línea que la entrada anterior, la carta. Si no se conoce previamente el contexto, sugiero descender y leer rápidamente el aviso de Sergi a su familia.
Segunda actividad sugerida: descripción de un lugar abierto.

Ya atravesadas las puertas de vidrio del aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez en Santiago de Chile, David se fue en silencio en un vehículo con una variación singular de los taxis que había dejado atrás en su natal Barcelona. Junto a él, un hombre robusto conducía con una pequeña sonrisa que decía a gritos que comenzaría a charlar apenas se le diera la oportunidad, pero el chico sólo le indicó la dirección del lugar al que debían ir. En el asiento trasero, su madre y Bianca guardaban silencio y las miradas de ambas se perdían por las ventanillas de cada lado, David suponía que las dos se encontraban devastadas por la reciente noticia de su hermano.
“Para cuando leas esto, es probable que ya no sea el mismo”. El muchacho cerró los ojos y apoyó la cabeza en el vidrio que se encontraba a su costado derecho, dejándose llevar por el cansancio del vuelo, confiando en que el hombre al volante les llevaría a destino.

Ninguno de los pasajeros en el taxi sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que dejaron el aeropuerto y tampoco le preguntaron al hombrecito que movía gracioso su bigote al ritmo de música que había dejado sonar para eliminar la soledad causada por sus clientes españoles. Una hora y quince minutos después, que se tradujo a treinta mil pesos chilenos (unos 38 Euros), llegaron a destino. Bianca fue la primera en bajar, y el chofer lo hizo después con el fin de ayudar con el equipaje.

Eran las seis de la tarde de un día viernes, casi una semana y media después de la carta. Las calles se llenaban de autos y bocinas que opacaban el barrio con su incesante escándalo. Los ojos de David se posaron en el par de dibujos que se erguían con majestuosidad en la esquina en que el taxista los había dejado. La gente pasaba por ahí en un tumulto de voces lentas que discutían lo cotidiano. Su madre se había puesto de pie a un costado, mirando el mural de color violeta en el lado derecho y Bianca intentaba encontrar el lugar donde se hospedarían, cuya foto de referencia había guardado en el móvil. ¿Qué representaban aquellas dos piezas? La naranja, cálida y bien venidera, le recordaba a lo que había dejado, le recordaba a los días en que había paseado por las playas de Cubelles con una antigua novia, cómo ella le hablaba en catalán con sonrisas. Las cosas cotidianas y alegres, lo que era suyo. Las tierras, los árboles, los campos y la arena. Y el otro le daba la bienvenida a su nuevo hogar. Sobre la boca del muchacho, una bandera, la estrella retorcida por efecto de los pliegues que querían reflejarse. Eran las seis de la tarde y era invierno en Chile, un invierno que lo arrastraba dentro de aquel país.

Bianca arregló su bufanda, la mano izquierda firme sobre la manija de la maleta, aferrándose a las pertenecías, al pequeño trozo de España que había traído con ella. Arregló el cuello de su chaqueta justo a tiempo para recibir una ráfaga de viento que le movió los cabellos castaños. La corriente estaba caliente, viciada y lo comprendió perfectamente cuando notó que no provenía de los alrededores, sino de escaleras abajo, en los recodos de la línea ferroviaria. Sus ojos lo decían todo, estaba desolada, incluso en este nuevo comienzo. Los ojos miel ya habían repasado innumerables veces el nombre de la calle en la señalética negra y blanco que ponía Mosqueto. El aire contaminado, algo de lo que le habían advertido, le hacía arder los ojos y la acidez se le pegaba en las fosas nasales. La luz casi se iba por completo y ella quería caminar, caminar y ponerse cómoda; caminar y olvidar que jamás volvería a ver a aquél que alguna vez la había amado y a quién ella amo en igual medida. Fue entonces que la mano blanda y familiar de Sara le rozó el hombro como un gesto de empatía: ella lo sabía, lo sentía, compartía la pérdida de Sergi. Bianca posó su mano sobre la de la mujer y dio un par de palmadas.

Gracias por haberme traído con ustedes dijo, la mirada ahora puesta en el óvalo con tres rombos rojos que señalaba la estación del metro que estaba justo frente a ellos. Bellas Artes. Suspiró.
No tienes que agradecer, es lo que Sergi habría querido David sabía que no era esa la razón. Bianca no tenía familia y lentamente ellos fueron tomando el lugar de padres y hermanos, a medida que ella y Sergi cumplían años de pareja. La quería, pero se lo demostraba menos de lo que le gustaría. Y no por Sergi, sino porque eso es lo que los hermanos hacen, se quedan perdidos en el silencio cómplice, en la ambigüedad de las sonrisas y en las miradas elocuentes. Los hermanos se dicen todo y nada.

Era hora de marchar, el hotel se encontraba unos pasos adelante y dentro de uno de los bolsillos de la maleta de Sara se encontraban los pasajes para el viaje del día siguiente rumbo a Punta Arenas. La luz anaranjada de los restos de día se iba haciendo cada vez más tenue. Los tres supieron que era momento de marchar cuando una mujer no estaba segura si rodearlos o no, por lo que se movió de izquierda a derecha, errática y nerviosa. “Vamos”, dijo David, con un movimiento de cabeza hacia el frente.

La calle era estrecha. Al lado izquierdo, un edificio amarillo pálido; al derecho, departamentos. Toda la calle estaba envuelta en un aire bohemio y oscuro. Las paredes rayadas con textos que carecían de sentido artístico. Justo en medio, como saludando entre los demás, el Apart Boutique.

A la mañana siguiente, la luz del amanecer chocó contra la ventana mientras Bianca miraba al horizonte entre edificios y smog. Esa luz fue similar a la que les dio encuentro cuando, por fin, pisaron territorio antártico. Podía ser la nieve, tal vez el dolor en la nariz y el pecho ante el gélido ambiente, pero ella sabía que allí sembraría sus nuevas raíces. Allí era donde la voluntad de Sergi se volvía su esperanza.

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22:49

martes, 13 de mayo de 2014

Primera actividad sugerida: una carta. 



Nueva Delhi, 18 de junio del año 2018

Estimado David: 

¿Por qué una carta? Porque nos han cortado la comunicación en el centro y ésta era mi única alternativa; he realizado las gestiones para lograr que esta llegue  a tu poder. Mi hermano, no  creo poder volver a nuestra amada Barcelona. La ciudad está bajo  cuarentena. 

El final está cerca; ya no pueden evitarlo ni ocultarlo. Creo que cosas malas van a comenzar a ocurrir de ahora en adelante. David, tienes que prometerme que seguirás leyendo hasta el final y luego seguirás mis indicaciones. Confía en mí, soy la única esperanza que queda. 

No puedo decirte con exactitud lo que está sucediendo, yo tampoco lo tengo claro, pero está por todos lados. Lo primero, intensa  fatiga muscular, luego la gente se desploma con terribles dolores de cabeza que, finalmente, acaban en fiebres altas que fríen sus cerebros como si fuesen trozos de lomilla. Alcanzan temperaturas inimaginables, sin embargo sobreviven, sólo para enfrentar algo peor, necrosis y, por último, inconsciencia y pestilencia. 

Es contagioso, y nadie sabe cómo se propagó ni cómo se puede prevenir. Tampoco saben cómo se originó aquí, aunque algunos especulan que su origen es puramente político-económico, el repunte de India por sobre Estados Unidos. Especulan que Ellos y China debieron planear esto, esta arma bacteriológica que nos está quitando nuestra humanidad. Estoy asustado, aterrado; el complejo donde vivo será cerrado mañana por la mañana, no nos permitirán salir. No sé dónde ir. Con gran esfuerzo  logro escribir, siento que los ojos se me saldrán en cualquier momento de las cuencas, la cabeza parece próxima a estallar; mis dedos están entumecidos. Creo que también estoy infectado.  

Escuché a gente murmurar, antes que me confinaran aquí, que todo esto podía acabar si lograban llegar al Ecuador… Yo no estoy seguro, no creo en absolutamente nada de lo que dicen, ¿por qué llegar a la zona más cercana al sol aliviaría la fiebre? La gente está buscando desesperadamente una solución para este problema, todos están igual de aterrados que yo. Ahora mismo siento que debí haberte escuchado, Canadá suena mucho mejor que India en este momento. 

David, por favor, no pienses en nada y vete de allí. A esta enfermedad maldita no le tomará mucho para volverse una pandemia. Llévate a mamá contigo lo antes posible. Llévala a Chile; ese país, aun siendo tercermundista, puede ayudarlos; tiene barreras naturales que han podido evitar varias enfermedades con anterioridad. Vete lejos, a la zona más recóndita del país. Vete a la Antártica. Vete y no preguntes.
Dile a mamá que lamento no poder darlterminaráo, dile a Bianca que me perdone por no volver a casa con ella. Disculpa por dejarte todo este trabajo, hermanito, pero ahora tú puedes evitar el cruel destino que nos espera a todos, a menos que encuentren una cura. Corre, haz todo lo que tengas en tus manos para alcanzar el primer avión y dirigirte a Sudamérica.

Para cuando leas esto, es probable que ya no sea el mismo, sé que esta maldita enfermedad terminara por consumirme, pero ustedes deben recordarme como el mismo de siempre, ¿vale? Los seguiré pensando hasta que ya no sea dueño de mi mente. 

Hasta siempre, queridos.

Sergi.

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21:44

jueves, 8 de mayo de 2014

Este blog está dedicado por completo a escritos que se irán desarrollando a través del tiempo con ayuda de un libro guía que guardo como tesoro.

Espero sea agradable pasar por aquí y leer, aunque advierto que esto es de carácter puramente recreativo. Sin embargo, al momento de dejarme un comentario (si nace la necesidad de hacerlo) respecto a algo que agradó como no, pediría que se adjuntara algún tipo de feedback. ¡Mi intención es mejorar de aquí a un futuro! Así que lo agradecería de todo corazón. 

Por ahora no tengo nada más que decir, salvo que si las instrucciones que están al costado no quedan claras, he aquí un mini tutorial:

"Haz click en la flecha roja a tu izquierda"


"Una vez allí, clickea one para enviarme un e-mail, dos para seguirme en twitter (no lo recomiendo) y el tres todavía está en construcción"


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20:05

Blogxplanation

Is it bloxsplanation even a word?
Okay, doesn't matter.
Simple steps, fella. Click in the red arrow on your right and you will see my perfectly stupid profile. Once there, click one for "e-mail" me. Two and three are yet under construction. Despite all the information is in English, most of the writing would be in Spanish.
Thank you (◕‿◕✿)



Awesomelytalentedfriends

Hiyu (*・∀・*)人(*・∀・*) Ceci (ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚✧
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